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miércoles, 19 de junio de 2013

REFLEXIÓN: “Soy un hombre afortunado; nada en la vida me ha sido fácil”.

La frase captó mi atención esta mañana entre las toneladas de información que comparten las personas a quienes sigo en Twitter. Y me quedé pensando… en las personas a mi alrededor que han “cogido lucha” y han “guallado la yuca” para lograr metas… y en aquellas que no han “dado ni un golpe” y las cosas les cayeron del cielo o de “papi y mami”. No es un análisis de justeza. Solo me he puesto a imaginar cómo se sienten unos y otros respecto a sus respectivos logros. Qué tan orgullosos, qué tan satisfechos, qué tan bendecidos, qué tan merecedores.
Y pensando en eso, se me hace triste ver a los jóvenes a quienes sus padres (o tutores, cual que sea la familiaridad), por una mezcla de amor, negligencia e ignorancia, le dan todo… puesto en sus manos, sin ningún esfuerzo, sin sentido de responsabilidad alguno.
Cuando se trata de los hijos, ¿hay que abrir el grifo de la generosidad al máximo o medir lo que se les entrega con cuentagotas?, ¿cuál es el punto de equilibrio entre la permisividad y la sobreprotección, entre la mezquindad y el despilfarro?, ¿en qué casos el darles algo puede ser nocivo para ellos y el prohibírselo puede suponerles un beneficio? Nadie dijo que la tarea de ser padres era fácil.
Si los padres llegamos al extremo de resolverles todo a nuestros hijos en nombre de un cariño y una generosidad mal entendidos, les impedimos aprender y enfrentarse a sus propios desafíos. Esto es así porque en las dificultades que los hijos consiguen resolver por sí mismos, van creciendo como personas y se convierten en seres autónomos que saben conducir su propia vida.
Entonces pienso en mí, en mi vida, en lo afortunada que he sido. A pesar de que mis padres eran pobres, tuve la dicha de tener una excelente formación académica, en un colegio privado muy bueno; tuve firmes valores y principios inculcados con amor. Aunque no nos sobraba nada, nunca me faltó lo básico. Mi hermanita y yo somos hijas del segundo matrimonio de nuestros padres; papi ya estaba entrado en años cuando nosotras llegamos al mundo; a veces nos preguntaban si era nuestro abuelo. Ya cansado, y no tan productivo como antes. Al terminar la secundaria, inmediatamente me puse a trabajar. Quería ir a la universidad y sabía que sería un sacrificio extraordinario para mi viejo. No, no iba a poder, aunque quisiera. Tenía solo quince años. Hasta la fecha, he trabajado sin descanso. Trabajo a tiempo completo, y de ahí, a clases hasta las 10 de la noche, todos los días. Luego le agregué dar clases  de inglés los fines de semana. Tuve mi primer carro a los veinti-largos años, un Nissan Zunny ’89; mi primer celular? como a los veinte! Yo misma me he pagado mis dos carreras universitarias, mis estudios superiores en el país y en el extranjero; Inglés, Francés.
Al principio me sentí abrumada… por supuesto; pero luego sentí que me embargaba tanta energía, la sensación de sentirte capaz… ser útil, responsable, trazarte metas y lograrlas con el mérito propio; saber que tu destino depende de ti. Por supuesto que pasas malos ratos, te caes y te levantas mil veces… crees que no vas a poder, que tendrás que rendirte, que soñaste muy alto; y sufres, lloras, te desesperas… y luego, ves los resultados y ríes, celebras, saltas, te enorgulleces.
Quien no se ha esforzado para conseguir un objetivo, un trabajo, una carrera profesional, un amor, una casa, una familia, culminar un proyecto, llegar a una meta… si no has pasado por ninguno estos momentos agridulces… no has vivido; y yo, como Neruda, confieso que he vivido.
Mi carácter se ha fortalecido y cada simple cosa que he logrado es un triunfo que sé apreciar más que si hubiera sido fácil.
Porque el conjunto de mis esfuerzos y sacrificios me hacen saborear cada bocado de vida. Porque en la vida nada me ha sido fácil, todo lo he conseguido y todo lo he superado a puros porrazos. Porque la vida se afana en hacerme llorar, y yo siempre logro enrostrarle las mil razones que tengo para reir… me siento afortunada.

BY , ON JANUARY 8, 2010
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